Un sueño pendiente
Entre el 15 y el 17 de agosto de 1969, en la granja de Bethel, a 200 kilómetros de Nueva York, alrededor de 500.000 jóvenes, bajo el lema "Tres días de paz, música y amor", se hicieron presentes en uno de los acontecimiento culturales más importantes de la historia. En ese mismo instante, otros 500.000 jóvenes, a 14.300 kilómetros de la misma ciudad, y bajo el lema "search and destroy", fueron los presentes de la aventura imperialista que arruinaría los Estados Unidos.
Norteamérica ardía en llamas. Las rebeliones antirracistas en Chicago, Nueva York, San Francisco, Detroit, Newark y Los Angeles eran escenario de choques de la comunidad afroamericana contra la policía militar (MP), tomando como principales reinvidicaciones los llamados "derechos civiles". Los Panteras Negras dejaban a un lado la estrategia de la "no-violencia" que pregonaba el clero de la comunidad negra y pasaran a la toma de edificios públicos y al enfrentamiento en barricadas.
Las universidades se transformaron en comités antibelicistas. En octubre de 1967, 200.000 manifestantes marcharon frente al Pentágono, en Washington DC, para exigir el retiro de las tropas en Vietnam. En noviembre de 1968 se produce en la Universidad de San Francisco la huelga más larga de la historia del movimiento estudiantil norteamericano, donde uno de sus principales puntos era el fin de la guerra.
Estados Unidos, Francia, México, Checoslovaquia y Argentina ardían. El mundo entero ardía en llamas.
Sin duda, Woodstock y Vietnam cambiarían la vida de muchos.
Con el antecedente del festival "Monterrey Pop", en 1967, celebrado en la cuna del movimiento hippie, California, Woodstock se convirtió en el suceso juvenil de masas que marcó (y en cierto punto sigue marcando) a varias generaciones.
Hasta la primera mitad de los '60, los recitales masivos eran sólo atributo de las radios y las grandes cadenas de televisión. Estos se parecían más a una kermese que a un hecho cultural y artístico, donde grupos del tipo "teen-idol" eran armados y desarmados a gusto de empresarios (de la talla de Ed Sullivan), a cambio de un disco simple, unos dólares y 15 minutos de fama para las bandas. Por otro lado, estaban las más vanguardistas y de garaje, que deambulaban en bares y clubes de mala muerte, cuando sus shows no eran suspendidos en medio de la represión policial.
Es por eso la importancia el valor cultural y político que Woodstock expresó en aquellos días.
Bandas y artistas como Grateful Dead, Crosby Stills Nash & Young, Sly & The Family Stones, The Who, Jefferson Airplane, Joan Baez, Santana, Janis Joplin, Country Joe McDonald y Jimmy Hendrix, entre otros, serían un abanico de estilos que irían desde el folk pasando por la psicodelia, el rock & roll, el rock & blues y el hard rock.
El ideario de la vida en comunas, el amor libre, la expresión del arte sin límites, el consumo social de drogas y alucinógenos, el acercamiento hacia las culturas orientales; así como el cuestionamiento del régimen capitalista, la moral burguesa y la lucha por el socialismo convivían "anárquica y armoniosamente" en escenarios, carpas y en las famosas "Vans" Volkswagen, de alguna manera todo un ícono de aquella jornada.
La agitación antibelicista estaba en el orden del día. Entre canción y artista, cada exhortación contra la guerra y la opresión recibía como respuesta miles de puños y dedos en V llamando a la victoria.
Pero la más impecable de todas no tuvo a la palabra como protagonista, sino a la Fender Stratocaster de Jimmy Hendrix...
En la mañana del lunes 17, Hendrix tenía previsto cerrar el festival. Cuando promediaba el tema Voodoo Child continuó con Stepping Stone y, de pronto, lo que nadie se esperaba: nada más y nada menos que Star Spangled Banner, el himno norteamericano.
Entre riff y palanca, el monumento más caro del patrioterismo yanqui se desmoronaba ante los sonidos de las bombas napalm que Hendrix imitaba con su guitarra, tal vez queriendo señalar cómo el "sueño americano", el 'american way of life' que se caía a pedazos en medio de una guerra perdida, un país en estado de rebelión y una juventud que no quería matar ni morir en nombre del Tío Sam.
El sueño (capitalista) había terminado.
Obviamente, su repercusión en Argentina tuvo sus exponentes en aquel prematuro rock nacional. Festivales como "Buenos Aires rock 1971/1972", y el Acusticazo (1972) trataron de emular aquella gesta juvenil, siendo el puntapié de muchas bandas que hicieron historia en nuestro país.
Hoy, cuando cientos de bandas no tienen lugares para tocar, donde hablar del "under" se emparenta más con una simple anécdota de los años ochenta, y cuando el arte y la cultura han pasado a ser un embutido vencido de un mercado que ni la vida respeta, podemos pensar que el sueño de nuestros padres y abuelos aún no ha terminado. Despertarse y realizarlo es tarea de los jóvenes de hoy.
Agustin en po.org.ar
Entre el 15 y el 17 de agosto de 1969, en la granja de Bethel, a 200 kilómetros de Nueva York, alrededor de 500.000 jóvenes, bajo el lema "Tres días de paz, música y amor", se hicieron presentes en uno de los acontecimiento culturales más importantes de la historia. En ese mismo instante, otros 500.000 jóvenes, a 14.300 kilómetros de la misma ciudad, y bajo el lema "search and destroy", fueron los presentes de la aventura imperialista que arruinaría los Estados Unidos.
Norteamérica ardía en llamas. Las rebeliones antirracistas en Chicago, Nueva York, San Francisco, Detroit, Newark y Los Angeles eran escenario de choques de la comunidad afroamericana contra la policía militar (MP), tomando como principales reinvidicaciones los llamados "derechos civiles". Los Panteras Negras dejaban a un lado la estrategia de la "no-violencia" que pregonaba el clero de la comunidad negra y pasaran a la toma de edificios públicos y al enfrentamiento en barricadas.
Las universidades se transformaron en comités antibelicistas. En octubre de 1967, 200.000 manifestantes marcharon frente al Pentágono, en Washington DC, para exigir el retiro de las tropas en Vietnam. En noviembre de 1968 se produce en la Universidad de San Francisco la huelga más larga de la historia del movimiento estudiantil norteamericano, donde uno de sus principales puntos era el fin de la guerra.
Estados Unidos, Francia, México, Checoslovaquia y Argentina ardían. El mundo entero ardía en llamas.
Sin duda, Woodstock y Vietnam cambiarían la vida de muchos.
Con el antecedente del festival "Monterrey Pop", en 1967, celebrado en la cuna del movimiento hippie, California, Woodstock se convirtió en el suceso juvenil de masas que marcó (y en cierto punto sigue marcando) a varias generaciones.
Hasta la primera mitad de los '60, los recitales masivos eran sólo atributo de las radios y las grandes cadenas de televisión. Estos se parecían más a una kermese que a un hecho cultural y artístico, donde grupos del tipo "teen-idol" eran armados y desarmados a gusto de empresarios (de la talla de Ed Sullivan), a cambio de un disco simple, unos dólares y 15 minutos de fama para las bandas. Por otro lado, estaban las más vanguardistas y de garaje, que deambulaban en bares y clubes de mala muerte, cuando sus shows no eran suspendidos en medio de la represión policial.
Es por eso la importancia el valor cultural y político que Woodstock expresó en aquellos días.
Bandas y artistas como Grateful Dead, Crosby Stills Nash & Young, Sly & The Family Stones, The Who, Jefferson Airplane, Joan Baez, Santana, Janis Joplin, Country Joe McDonald y Jimmy Hendrix, entre otros, serían un abanico de estilos que irían desde el folk pasando por la psicodelia, el rock & roll, el rock & blues y el hard rock.
El ideario de la vida en comunas, el amor libre, la expresión del arte sin límites, el consumo social de drogas y alucinógenos, el acercamiento hacia las culturas orientales; así como el cuestionamiento del régimen capitalista, la moral burguesa y la lucha por el socialismo convivían "anárquica y armoniosamente" en escenarios, carpas y en las famosas "Vans" Volkswagen, de alguna manera todo un ícono de aquella jornada.
La agitación antibelicista estaba en el orden del día. Entre canción y artista, cada exhortación contra la guerra y la opresión recibía como respuesta miles de puños y dedos en V llamando a la victoria.
Pero la más impecable de todas no tuvo a la palabra como protagonista, sino a la Fender Stratocaster de Jimmy Hendrix...
En la mañana del lunes 17, Hendrix tenía previsto cerrar el festival. Cuando promediaba el tema Voodoo Child continuó con Stepping Stone y, de pronto, lo que nadie se esperaba: nada más y nada menos que Star Spangled Banner, el himno norteamericano.
Entre riff y palanca, el monumento más caro del patrioterismo yanqui se desmoronaba ante los sonidos de las bombas napalm que Hendrix imitaba con su guitarra, tal vez queriendo señalar cómo el "sueño americano", el 'american way of life' que se caía a pedazos en medio de una guerra perdida, un país en estado de rebelión y una juventud que no quería matar ni morir en nombre del Tío Sam.
El sueño (capitalista) había terminado.
Obviamente, su repercusión en Argentina tuvo sus exponentes en aquel prematuro rock nacional. Festivales como "Buenos Aires rock 1971/1972", y el Acusticazo (1972) trataron de emular aquella gesta juvenil, siendo el puntapié de muchas bandas que hicieron historia en nuestro país.
Hoy, cuando cientos de bandas no tienen lugares para tocar, donde hablar del "under" se emparenta más con una simple anécdota de los años ochenta, y cuando el arte y la cultura han pasado a ser un embutido vencido de un mercado que ni la vida respeta, podemos pensar que el sueño de nuestros padres y abuelos aún no ha terminado. Despertarse y realizarlo es tarea de los jóvenes de hoy.
Agustin en po.org.ar
1 comentario:
muy copado el comentario...nos vemos!
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