miércoles, 27 de enero de 2010

Atrapados sin salida

Había que tomar a quince cuadras una jaula pública de transporte para llevar los cuerpos a sus lugares de trabajo. Las jaulas pasaban cada cierto período de tiempo, otras veces no pasaban nunca, o nunca habían pasado por ahí, para vergüenza de los carteles, con lo cual todo resultaba una complicación y pasaba a depender del azar o la casualidad o la coincidencia, en caso de que no sean lo mismo. La gente aceptaba este régimen poco apetecible a condición de que fueran arrojados en los cestos de trabajo dentro del horario comercial.

Vestían los uniformes típicos de sus lugares de origen y subían atropelladamente cuando sucedía que una jaula se detuviese a unos pocos metros de las veredas. Con las limosnas que le dejaban el saqueo de la región, la inoperancia de su gobierno, las decisiones tomadas en la oscuridad por manos gigantescas que los iban exprimiendo y tantas otras cosas como la mala suerte, los ciudadanos pagaban su tributo al poder. Quien más, quien menos, a todos les resultaba natural, después de todo, así son las cosas en el Valle de Lerma.

Se corría el rumor de que uno de los efectos del cambio climático, además de propulsarnos a la posmodernidad cual pedo de buzo, era el incremento de la ley de la gravedad. Así pues, muchas cosas habían subido de peso, cosas de lo más útiles, como el dinero. Con el fin de alivianar los bolsillos, el Estado había fabricado tarjetas de plástico que, además de identificar a los civiles como es debido, los salvaba del enorme trabajo de encontrar las monedas necesarias para el tributo. Aunque algunos las usaban para divertirse, pues cada jaula contaba con un tragamonedas, propiedad de Casinos SAETA, que, curiosamente, jamás entregaba premios.

Una vez que la Providencia concedía la gracia de ocupar un lugar en la jaula, había que colgarse de unas lianas e ir gruñendo de vez en cuando un idioma de empujones que ya nadie entendía mientras los cuerpos sudorosos del verano se calcinaban hasta pegotearse, iguales al plástico que tanto admiraba el Gobierno, o los gérmenes invisibles del invierno se adensaban en las paredes de los pulmones, provocando infecciones y contagios de lo más lucrativos durante las campañas del "Tenga miedo a todo, use barbijo y no me toque".

Para que las cosas no se pusieran feas, porque, aunque parezca imposible, aún podían ponerse más feas, un feliz funcionario del estado había dispuesto que el deber de los policías era vigilar las jaulas públicas de transporte y que, debido a esto, no les estaba permitido cobrarles el boleto. De ese modo se le garantizaba al ciudadano promedio un viaje tranquilo y sin sobresaltos y a los de promedio más bajo un paseo ríspido y cargado de olor a botas. Podía suceder que una jaula estuviera repleta de pistoleros provinciales y guarda cárceles, en tales ocasiones el chofer de la unidad estaba obligado a no detenerse en ninguna parada. Porque siempre es más importante custodiar y castigar a horario que lamentar más tarde. O como dice nuestro gobernador, que mejor que decir es hacer realidad la esperanza.

Algún día todos estaremos presos y no será necesario preocuparse por estas minucias. Ese día las calles estarán silenciosas, el tráfico será la imitación de un ballet, las noches podrán ser recorridas sin temor, la contaminación visual habrá disminuido drásticamente. Sí, Señor, la Gente recuperará la ciudad y nosotros saldremos únicamente para la Gran Procesión y los festejos del Partido.

También era frecuente que un nudo paranoico se ajustase en la boca del estómago de un niño fascinado con el arma de un pistolero provincial, ¿qué pasaría si se le ocurriera desenfundar y acribillar a cada uno de los enjaulados?, ¿si el pistolero estuviera loco, de mal humor, confundiera los colores y viera negro, pobre y delincuente en donde solo hay piel?, ¿qué pasaría? El niño ocultaría la cara detrás del enorme trasero de su madre. Ella pensaría que el policía la estaría apoyando. El policía pensaría cuánto le gustaría apoyar a la culona y se lo diría al niño con la mirada. Las botas del pistolero, en cambio, dirían que no hay nada que temer porque todo lo que se mueve siempre puede ser aplastado. Alabada sea la esperanza.

En medio del caos de caras grasas, bocas costuradas, ojos exorbitados por la frotación, el manoseo y los discursitos de un vendedor de calculadoras que suman y restan el costo de vida de acuerdo a los índices de las necesidades básicas siempre insatisfechas de los empresarios, un cartel llama la atención: EN CASO DE EMERGENCIA ROMPA EL VIDRIO CON EL MARTILLO. Señoras y señores, no mantengan la calma, esto es una emergencia.
Por Juan Pas
Fuente:http://elredactordigital.com/index.php?option=com_content&view=article&id=586:atrapados-sin-salida&catid=125&Itemid=509

4 comentarios:

Veronica dijo...

Impresionante texto!! he quedado asombrada por el blog, es muy bueno, un gran trabajo gente!!y de verdad este texto es toda una exquisites!

Anónimo dijo...

muy bueno el texto...
Lucia

Anónimo dijo...

buena juan,que calidaaa!culiaooo!
pachuli

Anónimo dijo...

que calidaaaa de cuento culiao!!!!buena juan, pachuli